Disección 3, autorretrato, detalle
Trabajo a la moda y a la antigua. Nada puedo permitirme despreciar pues soy artista doble por gusto y profesión, también por si acaso lo demás resulta escaso y por temor intercadente pues observo que suele crecerse mal y raro. Rechazo por tanto lo provisional velado, lo que no es definitivo en escasez, de lo que vuelve a salvarme el instante de la práctica, en la que tanto en arte ajeno o propio, abomino la frontalidad pero también la bambalina, sin despreciar andar o que me arrastren por camino equivocado, por arista confusa y peligrosa, de la que por suerte y por ahora siempre vuelvo para comenzar lo mismo. Suelo exhibir como muchos, inmensas esculturas y pesadas losas escupidas en cementerios donde el sol –demócrata- no conmueve. Ruego por ello el disimulo.
La trama argumental de mi desorden es descuidada, veloz o lenta, abunda en precisiones y en meras coincidencias. Saturo las dosis por debilidad o fuerza, por uso terapéutico. Pero suelo declinar esterilidad y complacencia y no me distancio de lo amado por protección a mí mismo, pues mi debilidad y fuerza son desesperadas y atónitas y permiten ejecutar el volatín que previamente mis dos yos han calculado precavidos. De alguna caída he conservado quinientas muletas de lisiado que han ayudado a consolidar una exquisita técnica de susto y seducción.
Amo la crisis, el espectáculo accidental árido, la precisión discreta, el anterior enunciado futuro. Huyo por tanto del sol y de la sombra, pero también del silencio sin alarma, salvo que el corazón opuesto ruja bombeando su piel para purificar de sudor la lágrima. También amo tontamente interpretar lo prohibido, los ojos expletivos sin considerar su cercanía al pasto o la taquilla. Me atraen las palancas bárbaras rechazadas por Arquímedes, sus arcaicas y fraternas labores rotatorias de lamentos y risas solidarias, donde desmonto leyes anteriores a mi sensibilidad, de la que también soy autónomo salvo onomásticas nostálgicas. Todo esto cuando duermo, en la cama circular del sueño, que es realmente cuando aprendo, cuando duermo, cuando declino los párpados para no ver el temblor de la cuerda en mi abismo imaginario, donde nado, falsamente; donde agrado y agrando a la curiosidad en saltos definitivos de trapecio, geománticos e inversos.
Odio demasiado, pues demasiado uso o me cerca. Crezco en ello raro y mal: maleducado no hablo a los cadáveres, traiciono envolviéndola mi desnudez burlesca, bendigo con esputo a los ofidios, revierto sobre mí mi oposición, no como en el mismo plato, ofendo a mis disculpas y en situaciones idénticas pudro el color y la palabra. Para sanarme en ello, sádico en conocimiento y previsión, malgasto el detergente arrastrando la senil cadena en la letrina que empujo con pulido guante de distancia. Aunque huya de lo maligno y abrace lo benéfico, estoy cercano a la confidencia de quien prosigue perseguir la carencia de tiempo que Juan Ramón buscaba para usar el desprecio infinito. Y siempre, al final y al principio, odio a Hipnos el hermano gemelo de la muerte y a Talos el autómata: al político desde cualquier poro.
Vivo donde habito, en mi proyecto del yo, sin buscar ni encontrar, estando, sin abusar del chicle. Me defiendo de las emociones y me entristece la ignorancia. Tabaco, sentimiento y sensibilidad –también la falsa- siempre van en mi bolsillo. Pese a saber que el ejercicio coherente de la traición dulce y sensible del esbirro es proporcional al kilometraje del exilio, aquí me quedo, pero al lado, disfrutando los privilegios morales y económicos de nuestra civilización occidental, examinando el argumento de la pérdida, habitando el perfil de la moneda que arrincono, que parlamento junto a otros asuntos de equilibrio. Soy lo suficientemente fuerte para ser doble y débil para soportar esa apariencia, de lo que resulta una doble apariencia que siempre guarda para ser usada, la ingenuidad –tanto en presencias y en ausencias-, el alimento de mi capacidad permeable. Saco además y siempre la basura.
Sé poco y suficiente para entender segundas sobre primeras fáciles que la genealogía general explica. Mi visión de la monotonía normalizada no es plana, aunque ese doble destino que otea divertido el horizonte, posee algunos efectos secundarios de tipo atormentado que no vienen de simples reciclajes sino de observación atenta al plan del enemigo, de quien sé que sabe que el futuro no es información sino el informe. No ignoro por tanto que Deus videt. Sé también que mi independencia molesta más que mi trabajo, sobre todo al tuerto que visiona para el ciego, ante lo cual intento alcanzarme a tiempo, no llevar ropa vieja y reforzar mi conocimiento de que el animal es enemigo innecesario, pues pese a mi interés en ellas, realmente, no colecciono calaveras.