image description
Close
    Bad Painting?

    Bad Painting?

    Inauguración

    7 de agosto de 2021

Galeria de la exposición

Bad Painting?

Textos de la exposición

(Not so) BAD PAINTING

Montserrat Cuchillo y Carlos Pazos

“Lo ideal es inaccesible y la felicidad mediocre” Marcel Proust “À la recherche du temps perdu. Du coté de chez Swann” Siempre nos ha cautivado la pintura “casi anónima” que aparece por sorpresa, hipnótica, en las brocantes, en los puestos de los mercadillos, rastros y traperías. El encanto y fascinación que produce borra la torpeza del empeño del pintor desconocido, que ha encarado su tarea al margen de conocimientos, habilidades, aptitudes o convenciones. En muchas ocasiones, al margen de todo.                                              "¡Que pródiga es la duda!" Charles Baudelaire 
Pero ¿Qué es la buena pintura?, ¿Cual es esa no tan mala pintura?, ¿Cómo identificamos la buena mala pintura, en arriesgado desafío de los cánones de la belleza establecida? Ni el patrón ortodoxo y normativo de belleza, ni el manipulador concepto de buen gusto, ni el virtuosismo efectista, ni las propiedades decorativas y, mucho menos, el valor mercantil nos sirven para responder a la cuestión que nos ocupa. Si así fuera, no podríamos salvar de la hoguera a buena parte de la "bad painting" que hemos seleccionado y, a su vez, mucha de la apreciadísima  y supuestamente indiscutible mercancía que es reverenciada en museos o engalana salones burgueses, debería ser descolgada de inmediato y en muchos casos correr la misma suerte. De nada vale refugiarse en la manida subjetividad del espectador, pero tampoco caeremos en la contradicción que significaría dictar una serie de normas que hasta ahora no han hecho más que confundir al que se postula como no entendido en la materia.   Apelando al ejercicio de magia que supone pintar, osaremos aproximarnos a la (not so) bad painting sin definirla, limitándonos a calificarla como una pintura sin manías ni modales, sin modos y sin moderación, sin maneras y sin mod/”ismos". Más fácil, una pintura obsesiva, eficaz e imaginativa; que descargada de prejuicios morales, narrativos y expresivos, ¿llamémosles técnicos?, suspende la incredulidad. Pintura descarada, que no aspira a ser un eco de la realidad, ni de la naturaleza. La poesía, se le supone. Como dijo José L. Brea, "las imágenes son la memoria de lo verdadero". La sutil membrana que separa la bad painting de la not so bad painting e incluso de la good bad painting, es hueso duro de roer. Se trata de la pintura que provoca la sonrisa, casi nunca la carcajada y si lo hace no será para expresar una defensa, ni un escarnio. Para identificar la not so bad y la very good bad painting hay que darle protagonismo al olfato y a la intuición y decidir en función de uno y otra, o de ambas en los felices casos en que coinciden. Los estudios académicos pueden dificultar la tarea. La intuición como instrumento de rastreo del soplo artístico es generalmente reconocida y admitida. El olfato es también una excelente guía, aunque poco reputada y su utilización en el ámbito del arte debe entenderse cercana a la del gourmet que utiliza colores para definir sabores. “Nada tan indispensable como lo inútil! (Francis Picabia) Con este elogio de la (not so) bad painting, en todas sus acepciones, proponemos una especie de revancha, una simetría compensatoria, entre el arte ignorado, despreciado, abucheado y el arte reconocido, admirado, aplaudido. La perfección molesta, aburre, irrita, es antiestética. Los que ignoran reglas inútiles, los que no pretenden hacer PINTURA, realmente la hacen. Se diría que tienen una voluntad de pintar, contra viento y marea, a favor de un resultado que no hay que justificar. La bad painting se produce sin querer. ¡Ojo! Nunca se puede confundir con el ramplón estilo “falso naïf” o tiernamente infantil con amagos de genio a desarrollar. Con el esfuerzo y el placer ya expresados y sin pretender llegar más lejos que lo que ya hemos comentado, presentamos una selección de nuestros hallazgos más preciados conseguidos en los innumerables safaris a la caza imprevisible de lo inesperado. Montserrat Cuchillo y Carlos Pazos París, marzo 2021

Podría ser peor. La bad painting de Agustí García

Víctor Pérez Ballestero

POSIBLE ESCENA: En un hotel de Castellón, durante el desayuno, una turista alemana choca con un camarero que sale de la cocina con un plato de huevos fritos en la mano. POSIBLE RESULTADO: Todo el material repartido por el suelo. Texturas anaranjadas y blanquinosas, viscosas, resbalando por las chanclas y la manicura fantasía de la teutona. Un Jackson Pollock para mojar pan. Desde la cocina, la encargada, advertida por el escándalo de platos rotos, cubiertos rebotando contra el suelo y gritos en alemán (Scheisse!), le pregunta a su empleado que es lo que ha sucedido. El joven camarero, fiel a la realidad, responde con naturalidad, sin quitar el ojo a la clienta: ¡Se me han caído los huevos al suelo! La capacidad evocadora de esta frase, aplicable en múltiples casos y ocasiones como al manifestar la opinión (favorable o no) sobre una exposición, es particularmente eficaz para expresar cómo funciona el trabajo de Agustí García. Partiendo del lugar común, entre el malentendido y el sobrentendido, su pintura nace de la casi redundante colisión entre palabra e imagen. Mensajes directos a un espectador que, entre lo que lee (podría ser I Ching o un slogan publicitario) y lo que ve (escenas más o menos anecdóticas de intensidad variable), ha de deshacer el embrollo. Como bon vivant y buen conocedor del mundo del cómic, del arte, del diseño, de la moda y de la gastronomía, en sus cuadros se van sumando capas de estampados ocurrentes, situaciones sugerentes, figuras hipnóticas, objetos curiosos, cultura en sus múltiples acepciones o voluptuosidad humana y culinaria. La pintura de Agustí García, bautizada por él mismo como Bad Painting, poco tiene que ver con el término “Bad” Painting acuñado por la comisaria estadounidense Marcia Tucker. La exposición homónima celebrada en el New Museum en 1978 se presentaba como una alternativa figurativa a la prevalencia del minimalismo en la escena neoyorkina de la época. El uso de comillas en el título parece actuar como señal de aviso al espectador ante la posible confusión frente a la destreza en la mala ejecución de las obras de los artistas seleccionados. Formalismo versus actitud. Artesano sin oficio y trabajador por placer, García huye de la solemnidad y, afortunadamente, apuesta por la gamberrada. Su pintura es mala sin comillas, por vocación y convicción, y responde a un impulso ingobernable, voluntario, desinteresado y fuera del sistema. Un ejemplar único. La Historia del Arte, ese lugar en el que sobran sospechosos (también comisarios) y faltan pistas, ha dejado muchos crímenes sin resolver, muchas vías muertas que sólo son exploradas por atrevidos, que como en este caso, buscan estímulos para mirar con otros ojos (sin la miopía que provoca el exceso de teoría como sustituto del talento) y llegar a otros lugares de forma intuitiva. En ese lugar, en ese camino, en esa historia del arte intuyo que busca situarse Agustí García y parece no ir desencaminado. Cómo decia Michael Jackson: “And The Whole World Has To Answer Right Now Just To Tell You Once Again, Who's Bad . . .” Vilassar de Mar - Castellón de la Plana Junio 2021

Napoleón&Caballero

Mario Vargas Llosa

La exposición tiene lugar en un prestigioso centro cultural y librería de Barcelona llamado Mutt, se titula “Abstracción en el establo” y consta de nueve cuadros no figurativos de gran formato. El artista, Napoleón, exhibe por primera vez para el gran público.

Tiene apenas cuatro años y es, según Jacinto Antón, corresponsal de El País en la ciudad condal, “un frisón holandés de pura raza y color negro”, de apuesta estampa y mirada simpática a juzgar por la fotografía. Pinta sus lienzos cogiendo –mejor debería decir mordiendo– el pincel con los dientes y desde sus primeros pininos en el campo del arte mostró un decidido rechazo por toda forma de realismo y una resuelta deriva hacia la abstracción. Su descubridor, socio, empresario, colega y ayudante, el pintor y animador cultural Sergio Caballero, dice que, al descubrir los primeros trabajos de Napoleón, en alguna caballeriza me imagino, advirtió que el joven aprendiz “hacía expresionismo abstracto tipo De Kooning” y decidió alentar su vocación y promoverlo.

Formaron una sociedad y, en efecto, los nueve cuadros llevan la siguiente firma indisoluble: “Napoleón & Caballero”. Trabajan de este modo. Sergio prepara los bastidores y los lienzos y los fondos de los cuadros que, en estos nueve que se exhiben, son fotografías suyas de la ciudad portuguesa de Oporto entreveradas con los retratos de unos monitos titís vestidos como niños y tomados por un artista callejero de San Petersburgo. Este panorama, imagino yo, estimula la inspiración de Napoleón, que procede entonces a imponer sobre aquellas imágenes su alegre floración multicolor de abigarradas formas lanceoladas, piramidales, movedizas o estáticas, agresivas o lánguidas, probablemente dando de tanto en tanto un relincho para que Sergio le cambie el pincel y los colores, o para expresar su contento o frustración con la tarea en marcha. ...... El arte de nuestro tiempo se ha ido liberando de todas las limitaciones y prejuicios que impedían el ejercicio de aquella irrestricta libertad que el artista necesita para poner en acción su potencia creativa. Ya no hay nada que lo frene u oriente a la hora de coger los pinceles, el cincel o la espátula, empezando, por supuesto, por esa confusa y anacrónica persecución de la belleza que martirizaba a los antiguos. Eso queda para los tradicionalistas ciegos y sordos a la formidable realidad que ha sacado a luz la cultura de nuestro tiempo: que lo feo y lo bello son categorías obsoletas, de entraña religiosa, o, más bien, supersticiosa, de las que conviene sacudirse a tiempo si se quiere ser libre y original. No saber ya qué cosa es bella y cuál fea introduce cierta confusión en la vida de algunas gentes, es verdad, pero eso es momentáneo y la confusión cesa cuando se opta por la estética contenida en el viejo dicho “sobre gustos y colores no han escrito los autores”. Lo que quiere decir que para que una cosa sea fea o bella basta que tú lo decidas, o, si te sientes incapaz de tomar semejante decisión, les creas a los que sí las toman. Créele a don Sergio Caballero que los cuadros de Napoleón están en la línea de los que pintó el profuso De Kooning y el problema está resuelto. El arte de nuestros días ha demostrado que todo puede ser bello o feo, e incluso ambas cosas a la vez, y que eso no importa un comino en el dominio del arte, a condición de que este sea divertido, sorprendente, y, aunque sea por un momento, libere a los mortales del aburrimiento letal en que se ha convertido la vida. ¿Que por este camino se corre el riesgo de que los museos y las galerías se vayan confundiendo con los circos? ¡Y a quién le importa! Siempre y cuando el circo sea entretenido, todo vale. En este contexto, por qué los cuadros que fabrica un cuadrúpedo frisón serían menos dignos de figurar en la colección de un exquisito que los de Damien Hirst. ¿Qué los diferencia? Salvo el precio astronómico de las obras de este último, nada. Los de ambos son feos o bonitos o anodinos, según tú mismo lo decidas. El mercado ha resuelto por el momento que los del inglés bípedo valen más, pero eso puede cambiar de la mañana a la noche si un crítico de prestigio, un buen publicista y un millonario audaz se apandillan para apostar por el cuadrúpedo. (El artículo que le ha dedicado El País ya es un comienzo notable para un artista que empieza).

Haber conseguido que desaparezca la diferencia entre precio y valor, y que las obras de arte sean juzgadas únicamente por lo primero, que automáticamente les confiere lo segundo, una de las más terribles hazañas del posmodernismo contemporáneo, hace posible que Napoleón no sólo pinte sino que asimismo exhiba sus pinturas y haya coleccionistas que las adquieran y las cuelguen en su casa, y puedan especular con ellas y embolsillarse buenas ganancias.

No es imposible alegar que, dado el hecho de que ya no es posible decidir en términos puramente estéticos la superioridad o inferioridad de una obra respecto a otras pues ahora esa clasificación la decide el mercado, en cierto modo las pinturas que produce entre bufidos y caracoleos el joven Napoleón nacen de una actitud mucho más inocente, pura e ingenua que las que resultan de la intencionalidad consciente que suele caracterizar las que alumbran los talleres de los humanos. ¿Sabe Napoleón lo que hace cuando Sergio Caballero le abre el hocico y le coloca un pincel entre los dientes? No lo sabe, sólo obedece a un oscuro instinto, algo que de manera evidente lo acerca a ese arte espontáneo, inconsciente, que, por ejemplo, los surrealistas celebraban en las pinturas de los alienados. Ya que no es posible saber si lo que pinta es bueno o malo, atractivo o repelente, nadie podrá negar que sus cuadros al menos son más puros y desinteresados que los de la inmensa mayoría de sus colegas, que sueñan con hacerse ricos y famosos. ¡Bienvenido, pues, Napoleón, al panteón del arte del tercer milenio!.....