“Lo ideal es inaccesible y la felicidad mediocre” Marcel Proust “À la recherche du temps perdu. Du coté de chez Swann” Siempre nos ha cautivado la pintura “casi anónima” que aparece por sorpresa, hipnótica, en las brocantes, en los puestos de los mercadillos, rastros y traperías. El encanto y fascinación que produce borra la torpeza del empeño del pintor desconocido, que ha encarado su tarea al margen de conocimientos, habilidades, aptitudes o convenciones. En muchas ocasiones, al margen de todo. "¡Que pródiga es la duda!" Charles Baudelaire Pero ¿Qué es la buena pintura?, ¿Cual es esa no tan mala pintura?, ¿Cómo identificamos la buena mala pintura, en arriesgado desafío de los cánones de la belleza establecida? Ni el patrón ortodoxo y normativo de belleza, ni el manipulador concepto de buen gusto, ni el virtuosismo efectista, ni las propiedades decorativas y, mucho menos, el valor mercantil nos sirven para responder a la cuestión que nos ocupa. Si así fuera, no podríamos salvar de la hoguera a buena parte de la "bad painting" que hemos seleccionado y, a su vez, mucha de la apreciadísima y supuestamente indiscutible mercancía que es reverenciada en museos o engalana salones burgueses, debería ser descolgada de inmediato y en muchos casos correr la misma suerte. De nada vale refugiarse en la manida subjetividad del espectador, pero tampoco caeremos en la contradicción que significaría dictar una serie de normas que hasta ahora no han hecho más que confundir al que se postula como no entendido en la materia. Apelando al ejercicio de magia que supone pintar, osaremos aproximarnos a la (not so) bad painting sin definirla, limitándonos a calificarla como una pintura sin manías ni modales, sin modos y sin moderación, sin maneras y sin mod/”ismos". Más fácil, una pintura obsesiva, eficaz e imaginativa; que descargada de prejuicios morales, narrativos y expresivos, ¿llamémosles técnicos?, suspende la incredulidad. Pintura descarada, que no aspira a ser un eco de la realidad, ni de la naturaleza. La poesía, se le supone. Como dijo José L. Brea, "las imágenes son la memoria de lo verdadero". La sutil membrana que separa la bad painting de la not so bad painting e incluso de la good bad painting, es hueso duro de roer. Se trata de la pintura que provoca la sonrisa, casi nunca la carcajada y si lo hace no será para expresar una defensa, ni un escarnio. Para identificar la not so bad y la very good bad painting hay que darle protagonismo al olfato y a la intuición y decidir en función de uno y otra, o de ambas en los felices casos en que coinciden. Los estudios académicos pueden dificultar la tarea. La intuición como instrumento de rastreo del soplo artístico es generalmente reconocida y admitida. El olfato es también una excelente guía, aunque poco reputada y su utilización en el ámbito del arte debe entenderse cercana a la del gourmet que utiliza colores para definir sabores. “Nada tan indispensable como lo inútil! (Francis Picabia) Con este elogio de la (not so) bad painting, en todas sus acepciones, proponemos una especie de revancha, una simetría compensatoria, entre el arte ignorado, despreciado, abucheado y el arte reconocido, admirado, aplaudido. La perfección molesta, aburre, irrita, es antiestética. Los que ignoran reglas inútiles, los que no pretenden hacer PINTURA, realmente la hacen. Se diría que tienen una voluntad de pintar, contra viento y marea, a favor de un resultado que no hay que justificar. La bad painting se produce sin querer. ¡Ojo! Nunca se puede confundir con el ramplón estilo “falso naïf” o tiernamente infantil con amagos de genio a desarrollar. Con el esfuerzo y el placer ya expresados y sin pretender llegar más lejos que lo que ya hemos comentado, presentamos una selección de nuestros hallazgos más preciados conseguidos en los innumerables safaris a la caza imprevisible de lo inesperado. Montserrat Cuchillo y Carlos Pazos París, marzo 2021